lunes, 3 de marzo de 2014

Análisis del Romance del Prisionero

ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos se encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que no se cuando es de día
ni cuando las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Características generales y tema
Este es un romance típicamente lírico. En él predomina la emoción del juglar que a su vez parece ser el personaje de una historia con un sentir particular. El carácter del romance es elegíaco. La Elegía es una composición poética que se caracteriza por la expresión de dolor y melancolía. Hay una atmósfera de muerte interior en él, una sensación de pérdida y dolor, más allá de los límites de una prisión física.
Los cantos que exaltaban el amor (“canciones de Mayo” - primavera en el hemisferio Norte) y las quejas de los prisioneros dan origen a este romance.
Es evidente, entonces, que el tema del romance es la soledad. Una soledad no sólo física sino mental y espiritual. Alguien que se siente por fuera de este mundo, condenado a la marginación y al desamparo. Y aún cuando hay una “avecilla” que sirve de nexo entre un mundo y otro, siempre hay una injusticia que condena al hombre al más absoluto aislamiento.
Estructura externa e interna
En cuanto a la estructura externa, tenemos que tener presente la definición misma de Romance. En un primer momento se llamó “romance” a la lengua vulgar, en oposición al latín. Luego, la palabra se utilizó para designar a una forma poética en ese tipo de lenguaje. Esta forma tenía la particularidad de ser composiciones breves en principio de dieciséis sílabas, orales, con rima asonante, y cuyo principio era abrupto y su final trunco. Normalmente eran composiciones épico-líricas. Una vez que estos versos fueron recogidos por la escritura, se prefirió el octosílabo, y por lo tanto las rimas quedaron sólo en los versos pares.
En cuanto a la estructura interna, podríamos encontrar tres partes: por un lado el mundo extramuros; por el otro, el mundo intramuros; y por último, la conclusión, la ruptura de la conexión con esos mundos y como consecuencia el aislamiento.
Mundo exterior o “extramuros”
En el comienzo se hace una descripción detallada el mundo exterior a la cárcel. No sabemos quién habla, ni sabemos por qué necesita expresarse. De ello nos daremos cuento en la mitad del poema.
El carácter lírico de la composición está dado por un recurso habitual en los romances que es la repetición, en este caso: “Qué por mayo, era por mayo”. Esta reiteración tiene múltiples fines. En primer lugar le da al romance una musicalidad particular. En segundo lugar nos ubica en un tiempo especial: la primavera, la estación del año dedicada a lo amoroso, a la creación, a la belleza que la naturaleza regala. En tercer lugar, la reiteración también es un recurso mnemotécnico, muy utilizado en las composiciones orales. Y por último, y tal vez lo más importante, nos acentúa el dolor del prisionero. A mitad del poema veremos que esa repetición no es más que una constatación dolorosa de su condición marginal. Cada repetición de la palabra “mayo” es una puñalada en su recuerdo, una certeza de sentirse fuera de ese mundo maravilloso y “divino” al que ya no puede pertenecer.
La descripción del paisaje es con un tono melancólico que recuerda la agonía de lo que se perdió, de lo que ya no es para este yo lírico. Es el mundo de los recuerdos y es a través de la memoria que se construye este cuadro de extramuros. Es el verbo ser en pasado “era”, y el adverbio “cuando” lo que confirma ese mundo recordado. Esta tonalidad de remembranza es lo que da patetismo al romance y a la primavera, porque sabemos que quien habla ya no pertenece a ese mundo, no es parte de él, y tal vez, ya no tiene más esperanza de serlo. La primavera está vedada para él.
Es la anáfora (repetición al principio del verso) “cuando” en el segundo, tercero,  quinto y séptimo verso, lo que le da al poema el tono elegíaco. Vuelve siempre al adverbio no sólo creando la sensación de musicalidad, sino también de desgarro, cada “cuando” confirma la exclusión de su persona, y la angustia de no poder ser en ese mundo.
Si el primer verso nos daba una ubicación temporal, el segundo nos completa esa imagen con una sensación térmica: el calor. Sugestivamente nos introduce en una atmósfera cálida, que recuerda la compañía, el afecto, la calidez humana que el yo no tiene. También nos recuerda lo vital para el hombre y la naturaleza. El calor que proviene del sol; símbolo de lo masculino, necesario para cualquier proceso biológico, natural.
El recuerdo se vivifica a través del verbo “hace” en presente. Así el prisionero es aún más miserable, porque el mundo exterior está presente en él, pero él no puede parte de lo que sólo es añoranza. La primavera es la estación del amor, de lo nuevo, del alumbramiento, de la creación, del amor. De todo esto el prisionero no puede ser parte. Sólo le queda la condena de recordarlo.
 La naturaleza en su esplendor reafirma lo natural, lo esperable y la lógica de un mundo en el que él no puede ser parte.
El paralelismo sinonímico (cuando se utilizan dos sentencias que repiten la misma estructura gramatical, y son entre sí sinónimas) - “cuando los trigos se encañan/ y están los campos en flor” - ayudan a reafirmar que el estado natural es el amor, es la procreación, la regeneración de la vida. En este caso el mundo vegetal, los trigos, que tienen el color del oro, naturalmente, y simbolizan la belleza visual que la naturaleza brinda al hombre. Es el oro natural que alimenta. A esos trigos les corresponden “los campos en flor”, imagen cargada de nuevos colores y nuevos olores. Así la figura se va enriqueciendo en esa correspondencia entre los trigos y el campo.
El siguiente paralelismo no sólo enfatiza en lo musical, sino también trae una nueva imagen, la de los pájaros: “cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor”. Ahora la imagen evoca inevitablemente a lo femenino y lo masculino. Uno llama, el otro responde. Por eso es lo obvio. Eso es lo que la primavera provoca. Ese amor entre las aves.
Si la primera imagen (el calor) era térmica y táctil, la segunda visual y olfativa, la tercera es auditiva. Casi todos los sentidos del hombres están despiertos para saborear la primavera que no se le niega al hombre, exceptuando al prisionero.
El juego erótico de las aves, la danza amorosa para la procreación, para la concepción de la vida, culmina en la expresión “cuando los enamorados/ van a servir al amor”. Estos versos curiosos son interesantes, dado que los enamorados también son esclavos porque sólo pueden servir a su condición de enamorados, y por lo tanto al amor. Pero esta es una esclavitud placentera, en el mejor de los casos, una prisión agradable porque en ella está la compañía del ser amado.
Es interesante reparar el orden, en este romance, que utiliza el juglar para ir formando su retrato recordado. Este orden no es otro que el de la Creación bíblica. Primero la luz, luego la vegetación, después los animales, y por último el hombre, y por supuesto, el hombre enamorado, ya que para la concepción cristiana, el amor es lo que hace mover al mundo. Lo que el prisionero recuerda no es más que la Creación divina, y por lo tanto de lo que él no es parte es de la gracia de Dios. O al menos así se siente. La prisión, entonces, adquiere una dimensión distinta. Más allá de los muros, lo terrible, lo irreconciliable, es sentirse despreciado, alejado de la gracia, el regalo divino que Dios le hizo a los hombres, dentro de la cosmovisión cristiana.
Lo normal, lo lógico, lo divino es lo esperable, la excepción es el prisionero. Eso es lo que está contra natura.
Mundo intramuros
En contraste con el mundo recordado está el mundo real, el vivido por el yo lírico que recién aparece explícitamente: “sino yo, triste, cuitado”. Es la conjunción adversativa la que contrapone los mundos. Al mundo de la belleza divina, se opone la oscuridad, angustia, silencio del prisionero. Al movimiento vertiginoso de la vida, se opone la quietud de la monotonía.
Mientras los versos anteriores tenían un ritmo musical y continuado, ahora aparecen las cesuras (las pausas en el verso a través de las comas) que enlentecen el ritmo, lo hacen cansino, y sugieren la quietud y la angustia no sólo desde su contenido, sino también desde su forma.  El yo expresa la obviedad de la tristeza, y por lo tanto nos sugiere su condición de prisionero. Pero aparece la palabra “cuitado” que no sólo refiere a un cuerpo apocado, destruido, sino también a una condición del alma, que se traduce en ese cuerpo. El prisionero le encantaría disfrutar como todo el resto de los hombres, de la esclavitud del amor, sin embargo se encuentra en la situación exactamente contraria. La palabra “cuitado” según la RAE, también significa “apocado, de poca resolución”, esto hace pensar que tal vez la prisión de este yo lírico no sea necesariamente física, sino una condición del alma. No tiene resolución para enfrentarse a la vida, y eso se representa en un mundo “intramuros”. Por lo tanto es su impedimento de vivir, su voluntad, lo que lo mantiene en esta prisión, aún cuando la describa como prisión custodiada por un ballestero.
El yo “que vive en esta prisión” por primera vez nos deja claro dónde sucede realmente la acción. No importa si la prisión es física o no. Así la siente el prisionero, y el verbo vivir implica no poder salir de ella. Su condición habitual es la prisión. Es lo que conoce y lo que espera.
Un nuevo paralelismo “que no sé cuando es de día/ ni cuando las noches son”, en este caso antitético, ya que día y noche son términos opuestos, confirma lo que el yo siente: el tiempo en esta prisión es eterno. No pasa, porque no pasa nada, porque no hay un hecho que marque ese pasaje. Excepto la “avecilla” y por eso que su aparición en los siguientes versos tomará una relevancia mayor.
Es interesante destacar que la palabra “día” está en singular, mientras que “noches” en plural, lo que nos presenta una eterna oscuridad en la que el prisionero vive. No sabemos, o no nos lo dice el prisionero la razón de su encierro. Tampoco importa. Lo terrible es su condición de estar en tinieblas. Recordemos que la nostalgia del prisionero tenía relación con la gracia divina, así que el estar en tinieblas también es una condición espiritual.
La tercera ave que aparece en el romance es la “avecilla”. Existe con esta tercera ave una relación especial. En principio, aparece de nuevo la conjunción adversativa “sino” que presenta una nueva situación. A la oscuridad y desolación del cuadro anterior, ahora hay un elemento que lo conecta con el mundo exterior, por esa razón, por el afecto que el prisionero le tiene a ese pájaro, es que él la llama “avecilla”, acentuando con el diminutivo su relación afectiva con ella. Esta avecilla canta al amanecer, por lo tanto recuerda el comienzo del día, el despertar simbólico de la esperanza. Vale recordar que las aves son símbolos de lo espiritual, por lo tanto esta metáfora también hace referencia al mundo espiritual del prisionero que al fin se siente tocado, aunque más no sea por una pequeña acción y un momento del día, por la gracia de Dios. Esa ave hace referencia a que tal vez exista una nueva esperanza, un nuevo amanecer. Es el ave quien le marca el pasaje del tiempo. Algo que él por sí solo no puede descubrir. La relación con el ave es la única relación con un ser vivo que él sostiene, por lo tanto tiene con ella una intimidad que no podrá tener con ningún otro ser humano. Es por ello que dice “Matómela”, utilizado el pronombre personal “me” porque él considera que es suya, la siente como propia. Incluso esta ave, que no es un ser humano, tiene mayor afecto y consideración que el hombre, el “ballestero” que la mata sin saber lo que este animal significa para él. La mata con la indiferencia del cazador, por diversión.
Esta muerte contrasta el canto con el silencio. Ahora ya no sólo quedará en la oscuridad sino también en el silencio y por lo tanto esta es la muerte de la esperanza.
Este dolor desgarrador deja escapar, por parte del prisionero, una maldición hacia el ballestero: “dele Dios mal galardón”. Esta maldición que surge del “galardón” que Dios promete a los hombres que lleven fruto frente a él después de la muerte, reconcilia de alguna manera al prisionero con la mirada divina. Si él puede maldecir al ballestero y convocar a Dios, pues entonces cree en él y en su justicia. Y aunque su condición sea de eterna oscuridad, espera en la existencia de una justicia más fuerte que la del hombre mismo.
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris.

Es interesante recordar que los romances son versiones orales, textos populares. Aquí arriba hemos analizado una versión, pero existen otras y es interesante compararlas. Veremos así que dependiendo del lugar en que se recoge la versión del poema, se plantean elementos distintos. Los invito a mirar las diferentes versiones, la leonesa, la de Segovia y la sefaradí, y descubrirán aspectos interesantes que confluyen con esta versión y que difieren con ellas.
Estas versiones pueden ser consultadas en esta dirección: http://lasesquinasdeldia.blogspot.com/2010/01/romance-del-prisionero-versiones-y-un.html






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